Corría el año 1900. El primer ticket de entrada fue emitido en papel, cortado a mano, validado por una persona en la puerta. Era simple, funcional, y en ese entonces, suficiente.
Avanzamos unas décadas. Boleterías con filas interminables. Boletos impresos con fecha y hora. Sellos. Timbres. Y siempre, el mismo problema: una vez emitido, no había forma de saber qué pasaba con ese ticket. ¿Se usó? ¿Se perdió? ¿Se duplicó?